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Sostenibilidad del turismo; en busca de la autenticidad

Sostenibilidad del turismo; en busca de la autenticidad

Artículo de opinión de Carmen López, abogada y ex presidenta de AJE Galicia

Soy de las que creen que callejear es uno de los mayores placeres de viajar, nos permite descubrir rincones encantadores, perdernos, encontrarnos y, en medio de todo eso, sentir que estamos sumergiéndonos en el escenario de un teatro ajeno o, al menos, esto era así.
Desde hace unos años, tengo la sensación de que callejear por algunos destinos turísticos se está convirtiendo en algo vacío. Cambia la ciudad, pero las franquicias, tiendas, hasta los cafés que tomamos, son prácticamente los mismos, la posibilidad de encontrar algo auténtico se convierte en una tarea cada vez más complicada. Ahí la tenemos, es la globalización mal entendida o mal aplicada, la que alimenta la estandarización para arrollar todo lo que nos hace diferentes.
Callejear ya no es lo que era y el diagnóstico tiene más consecuencias de las que a simple vista podría parecer. Me permitiré contar una historia que ilustra hasta qué punto la autenticidad está en grave peligro. Fue en Carcassone. Solo era necesario atravesar la puerta de la Ciudadela para comprobar que aquel enclave privilegiado se había convertido en una especie de parque temático con actores "disfrazados" de época y símbolos impostados.
Mi desilusión iría a más al entrar en una de esas espectaculares tiendas de galletas, las había por todas partes, presumí que era algo típico de la zona. Una vez dentro, y hablando con la dependienta, pregunté cuáles eran, por decirlo de algún modo, aquellas especialmente típicas, la dependienta, en un alarde de sinceridad que agradecí enormemente, contestó que, en realidad, nada de lo que había allí era autóctono, no era, ni siquiera fabricado en el país galo. Y ahí estaba yo, en una estampa casi cómica, con mis bolsas llenas de galletas "falsas", sintiéndome de alguna forma traicionada por aquel lugar hermoso, pero que había sido desaforadamente turistizado.
La decepción fue a más hablando con una taxista y con el recepcionista del hotel, ambos tenían la percepción de que el turismo había ocupado todos los espacios, hasta el punto de que aquellos habitantes que no querían dedicarse a ese sector abandonaban la ciudad. El turismo había expulsado, además, cualquier posibilidad de crecimiento industrial, pero, lo más grave de todo, es que el turismo feroz había expulsado su propia autenticidad, a su población, sus costumbres, en definitiva, su esencia.
No pretendo, ni mucho menos, demonizar el turismo, todo lo contrario. Moverse es más que un derecho humano, debería ser casi una obligación ciudadana, viajar nos vuelve más abiertos, nos hace vivir experiencias y nos imprime tolerancia y su consecuencia, el turismo, es además un dinamizador de la economía y el comercio local. Pero todo eso no sirve de nada si el precio a pagar es el "alma" de nuestras ciudades, porque entonces perderán también aquello que las hace atractivas, entonces, todo ese dinamismo no será más que turismo para hoy y vacío para mañana.
La sostenibilidad de las estrategias turísticas, la necesidad de que las administraciones públicas se empiecen a preocupar más del valor añadido del turismo que atraen y menos del número de visitantes es casi una necesidad vital. La autenticidad está en crisis, pero, afortunadamente, vuelve a cotizar al alza.